lunes, 1 de diciembre de 2008

Dudando entre. Capítulo6. Desenlace.

Recorrieron las apagadas calles del casco histórico a bordo de un taxi conducido por un rumano que, gracias a dos, a esas horas no tenía muchas ganas de hablar. Eso, o que no tenía un gran dominio de nuestro idioma.
La gente empezaba a retirarse a sus casas, algunos con aspecto no demasiado alentador. Salieron de la zona de marcha, y tras unos minutos dirigiéndose a la costa, llegaron a su casa.
Pagaron al taxista, que se esfumó chirriando ruedas como si realmente tuviera prisa. Se encaminaron al portal, abrió, y se introdujeron en el ascensor. Durante el breve trayecto se miraron a los ojos, respirando tensión, anhelos, deseos. Ansiosos, los dos esperaban expectantes a que sucediera algo, y entonces se abrió la puerta.
Entraron en la casa, y se dirigieron al final del pasillo, que desembocaba en la amplia estancia que él utilizaba como salón. Cogió unas velas aromáticas, e iluminó la estancia levemente, provocando un baile de sombras. Sombras oscuras sobre sombras tenues. A continuación se dirigió al mueble bar, aquel que había abierto hacia unas horas para servirse el primer refrigerio.
-¿Te importa que me ponga cómoda?
-Estás en tu casa. Puedes pasar a la habitación. Es esa de ahí. En el armario encontrarás camisetas limpias.
La chica entró a la habitación, se desvistió dejando su ropa en la silla que vio libre, y con la ropa interior como única vestimenta, fue hasta el armario para ponerse una camiseta dos tallas más grande que la suya. Mientras tanto, él ponía las últimas copas de la noche, y ponía en funcionamiento el reproductor. Música variada.
Se sentaron en el sofá, uno al lado del otro.
-Dime una cosa, ¿Ahora mismo, aquí conmigo, eres feliz?-preguntó ella.
-Esto es lo más cerca que estoy de ser feliz, teniendo en cuenta que sólo somos felices cuando soñamos con la felicidad. Preferimos la cacería a lo que cazamos. Cuando conseguimos algo, dejamos de quererlo, y deja de ser el objeto de deseo. Así que la respuesta es que ahora soy feliz. Mañana tendré que fantasear con otra cosa que no seas tú para volver a ser feliz. O con otra cosa sobre ti.
-Entiendo. El truco está en no conseguir nunca lo que queremos, para mantener viva la llama de la fantasía, ¿no? Una búsqueda eterna de lo anhelado.
-Parece difícil de entender, pero es la única manera de que nos podamos sentir vivos.
-¿Sabes qué es lo que deseo ahora? –los ojos le brillaban a la luz de las velas, y las sombras de sus cabellos se movían sobre la camiseta. Sus labios, entreabiertos, esperaban impacientes, brillantes por el gintonic.
-¿Aparte de terminarte la copa?
La chica lo miró intensamente, las pupilas dilatadas por la penumbra. Mirar en ellas era como asomarse a un pozo sin fondo. No respondió a la pregunta que él había formulado. Se levantó para volver a sentarse sobre las piernas de él y entonces empezó a desvestirlo con delicadeza, a besarlo, mientras él se dejaba mansamente, y correspondía con sus labios y con sus caricias.
Las copas quedaron abandonadas a su suerte, tristemente inacabadas.
La cogió de la mano, y se dirigieron a la habitación. Ella se tumbó boca arriba, y él se puso encima, quitándole la camiseta. Recorrió su cuerpo con besos, y al llegar abajo le quitó las braguitas con dulzura, mientras ella levantaba las piernas.
Entonces se abandonaron al antiguo arte de amarse y el tiempo se detuvo. La magia de lo inevitable apareció, las palomas salieron de la chistera, y los dos cuerpos se fusionaron mientras las venas de ambos se entrelazaban y sus almas parecían mezclarse.
Se olvidó de todo, del cielo y de la tierra, de quién era en esos momentos de su vida, de dónde estaba. Sólo recuerda que la última vez que tuvo los ojos abiertos vio la luz a través de las rendijas, y que vio a la chica dormir plácidamente a su lado, agotada después de una larga noche. Entonces sus ojos se despidieron, y se sumieron en la oscuridad de los sueños que nunca terminan.

Volvió a respirar profundamente, y volvió a la realidad del presente, apoyado en la barandilla de acero, observando el infinito, la mirada perdida en el eterno horizonte. El sol empezaba a calentar, pero la brisa del océano amortiguaba el efecto, provocando una sensación incierta, pero agradable. Las gaviotas seguían chillando sobre el agua, incansables, y las olas del mar rugían, rompiéndose una y otra vez contra las rocas. Las nubes corrían en el azul del cielo, empujadas por el viento.
Unos brazos le rodearon, alejándolo de sus ensoñaciones y de su abstracción, y un breve aroma lo envolvió. Se giró, y se encontró de nuevo frente a ella, frente a sus ojos impenetrables, profundos. Alegres, amables.
-Todavía no me has dicho como te llamas…-dijo ella.
-Tampoco lo has hecho tú, ¿Cuál es tu nombre?
-Me llamo Esperanza.
En ese momento escucharon como se abría la puerta de entrada de la vivienda, y pasados unos segundos, una cabeza femenina asomó por la puerta de la habitación.
-¡Helena!-exclamó él.
Y por supuesto, cuando una puerta se abre en algún sitio, hay otra que se cierra, tal vez para siempre. Y es que el equilibrio es imposible, y a la vez, necesario.



Escribo sobre ti desde hace mucho, incluso antes de conocerte, y si no te veo aquí, te veré en mis sueños....tengo mi tristeza siempre ahí, escondida poniéndose guapa y cuento con ella pa q me sepa guiar, mas alla de ti, mas alla de mí...Tristeza, Ferreiro con la China. Preciosa.

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