viernes, 28 de noviembre de 2008

Dudando entre. Capítulo5

-¿No te vas con ellas?
-Creo que correré el riesgo de hacerte compañía. Hablábamos de tu novia…
-Desde luego, si no paras de mencionarla, voy a tenerlo difícil para olvidarla. ¿Qué me dices de tu novio?
-Ahora mismo lo tenía casi olvidado.
-¿Crees que lo que haces es ético?
-¿Te refieres a estar contigo?
-En efecto.
-Mira, te lo acabo de decir, me gustas. Y cuando algo me gusta, intento conseguirlo.
-Entiendo. Sería de mal gusto dejar escapar las oportunidades, ¿verdad? ¿No te importan las personas que quieres?
-Sólo estoy hablando contigo, no te he prometido nada. Quiero a mi novio. Pero estoy viva, y no me conformo con poco. No me gusta ponerme limitaciones. Hay mucha gente que vale la pena, y sería tonta si no cumpliese con mi tarea de intentar conocerla.
Meditó por unos segundos antes de responder.
-Eres un poquito ambigua, ¿no crees? A ver si lo he entendido bien. Quieres a tu novio, pero a la vez no lo estás haciendo mal al entablar conversación conmigo.
-¿Me estás llamando hipócrita? No soy yo la que ha salido sola en busca de “experiencias”…
-Perdona, pero yo he quedado con mis amigos. Y yo si que quiero a mi pareja.
-Ya, ya. ¿Y por qué no te has ido con ellos? ¿Y ella?
-De acuerdo. Me has pillado, escuchar tus palabras es como verme reflejado en un espejo. En ocasiones no me gusta sentirme solo, y es por eso por lo que he salido esta noche. Tenía la esperanza de encontrarte. De todas formas, parece que estés acostumbrada a abordar el género masculino…
-¿Pedimos la última copa?-interrumpió la chica.
-De acuerdo.-volvió a levantar la mano por enésima vez.
-No suelo hacerlo. No veo la vida como una contrarreloj, sino como una carrera de fondo. La última vez que lo hice fue hace año y medio, precisamente con el que ahora es mi actual “amigo”.
-No sé si creérmelo…
El camarero puso dos vasos anchos delante de ellos, y vertió ginebra de manera abundante, haciendo crujir los cubitos.
-Créetelo. ¿Y cómo sé yo que tú no haces esto todos los fines de semana? Tal vez seas tú el que mientes, aunque si me mintieras serías tú el engañado. Quizá yo sea una más en tu lista.
-No lo eres. Hacía más de dos años que no me cruzaba con alguien como tú. Y ahora estás aquí, y parece todo tan sencillo. Es curioso ver como pasa el tiempo, se nos escurre como arena entre los dedos, y de repente un día es diferente. Sin embargo, ese día te parece el más normal de todos los días.
-Empiezo a estar un poquito mareada. ¿Salimos a tomar el aire?
-Muy bien, a mí tampoco me vendrá mal.

Salieron a la noche, y el aire fresco les agitó los cabellos, espabilándolos por unos instantes. Empezaba a tener la mente un poco abotargada, pero intentaba mantener las apariencias. Ella parecía completamente sobria.
-¿Qué te parece si pedimos un taxi?-dijo la chica.
-¿Dónde quieres ir?
-En mi casa es posible que haya gente, y me apetece estar a solas contigo. Tal vez podamos ir a tu casa.

Un mar de dudas se le pasó por la cabeza. Pensó en su novia, y pensó si lo que le apetecía estaría bien o mal. Le gustaba esa chica, y su novia no estaba para abrazarlo esa noche. Decidió que sus instintos decidieran por él. Eligió el cariño, los abrazos, los besos fugaces de una única noche. Eligió la calidez de otro cuerpo al lado del suyo. Eligió no estar sólo, sudar y respirar. Fue egoísta.
-De acuerdo, vayamos a mi casa. Nos tomaremos el último gintonic, si quieres.


Vetusta Morla, Un día en el mundo. Melodías creando perfectas atmósferas musicales con grandes arreglos aderezadas por la inconfundible voz de su cantante. Buena letra, aunque tal vez un poco caótica y desordenada. Un sorprendente descubrimiento.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Dudando entre. Capítulo4

-¿Te ibas?
-La verdad es que sí, he quedado con unos amigos en “Tiempo Perdido”.
-¿Por qué no les llamas y les dices que llegaras un poco más tarde?
-Tienes suerte, soy fácil de convencer. Tal vez no haga falta llamarlos.
-Entonces, ¿tienes tiempo para tomarte una copa conmigo?
-¿Y tus amigas?
-No te preocupes, saben cuidar de sí mismas.
-Entonces acepto gustoso tu invitación.

La chica sopló hacia arriba, en un intento fallido de apartarse un mechón de pelo que le caía sobre un ojo, para posteriormente apartárselo con suavidad con la mano. Con el movimiento liberó pequeñas partículas de discreta fragancia. Fue ella la que inició de nuevo la conversación.
-He visto que no podías quitarme los ojos de encima.
-¿Tanto se me notaba?
-Bueno, lo cierto es que a mí también me has llamado la atención, aquí, tan solito. Pero no se te da nada bien lo de disimular. Y dime, si tus amigos están en otro sitio, ¿por qué estás aquí solo tomándote una copa?
-Me dijeron que llegarían tarde, así que he decidido entrar a hacer un poco de tiempo. –mintió él.
Hizo un gesto al camarero, que se acercó a servirles.
-¿Qué tomas? –preguntó a la chica
-Un gintonic, por favor.
Le pidió dos gintonics al camarero, que se prestó a la tarea de inmediato.
-Y tu novia, ¿no sale esta noche? Porque imagino que alguien como tú no estará soltero y sin compromiso.
-Hoy he decidido salir solo…Carraspeó.-bueno, con mis amigos.
-¿Soléis salir cada uno por vuestra parte?
-Últimamente lo hacemos más a menudo. Los dos necesitamos nuestro espacio, necesitamos sentirnos libres de vez en cuando. ¿Y tu novio?
-Casualmente hoy no salía. ¿Y confías en ella? Quiero decir, ¿No crees que tal vez esté haciendo lo mismo que tú?
-¿Y que estoy haciendo yo, según tú?
-Sin duda estás flirteando con una desconocida, con unas intenciones algo más que dudosas.
-Perdona, pero eso lo supones tú. Has sido tú la que ha venido. De todas formas, confío en ella, por eso continúo mi relación. ¿Qué es una relación sin la confianza mutua?
Dieron unos tragos a sus respectivas copas, que iban descendiendo de nivel a una velocidad alarmante.
-Es cierto, ¿pero no crees que esa confianza puede dar pie a una tentación? Quizá encuentre a alguien interesante, y se olvide de tí en algún momento.
-Algo parecido me está ocurriendo, aunque yo no consigo olvidarme de ella.
-¿Me encuentras interesante?
-Sin duda alguna.
La chica volvió a llamar al camarero.
-¿Y crees que esto es bueno para tu relación? Porque tienes que saber que a mi me gustas, y que detrás de tus ojos veo algo que me gustaría poder llegar a saber. Por eso me he acercado a saludarte…
-Tú a mí también me gustas, de hecho había pensado en acercarme a vosotras, pero finalmente pensé que estabais demasiado ocupadas. Así que iba a marcharme cuando te he encontrado delante de mí. Me ha encantado. Me encantan las chicas que saben lo que quieren. Denota fuerza, decisión, y eso es algo que me atrae muchísimo.
-¿Te estás olvidando de tu novia?

Se quedó pensativo, incapaz de encontrar una respuesta adecuada. Imágenes, reales y ficticias se cruzaban fugazmente por su cabeza, confundiéndolo. Reales con su novia, imaginarias con la desconocida. Optó por lo más sencillo. Mantener la boca cerrada.
En ese momento las amigas de la chica se levantaron, hicieron unos gestos de despedida, y se marcharon. La chica agitó la mano, correspondiendo a los gestos.


Os dejo con la mejor historia de amor jamás cantada, aunque puede ser que mi opinión no sea muy objetiva. Aunque tan válida como cualquier otro punto de vista. M, Los Piratas:

jueves, 20 de noviembre de 2008

Dudando entre. Capítulo3

Paseó en la noche aterciopelada, recorriendo intrincadas callejuelas oscuras. La zona de marcha estaba cerca, y ya había tomado una copa, así que dejó el coche aparcado en casa.
Después de unos minutos caminando, empezó a cruzarse con grupos de gente, que se disponían a pasar una amena y entretenida noche de fiesta entre amigos. Se disponían a olvidarse por unos instantes de los días iguales.
Algunos chillaban, se reían, y para algunos la noche ya había terminado, acurrucados entre los coches con los restos de la cena entre las piernas. Los gorrillas-yonkis intentaban aparcar algún coche, o bien recoger lo suficiente para meterse otro piquito o fumarse un chino. Y algún que otro macarra pasaba con el coche con la música discotequera a todo trapo.
Lo de siempre, pero diferente. Nada nunca es igual, y por eso lo observaba todo como si fuera la primera vez. Tenía sus cinco sentidos en orden, y era consciente de que debía sacarles el máximo provecho. No hacerlo sería desperdiciar lo más bonito que poseía.
Pasó de largo por delante de algunos garitos tenuemente iluminados por luces de neon, algunos vacíos todavía, algunos llenos hasta la bandera. No le convenció ninguno, así que siguió caminando hasta encontrarse en la puerta del “Reloj Parado”.
El local pretendía hacer justicia a su nombre, pero para bien. Aspiraba a ofrecerte buenos momentos que nunca se acabaran, lo cual lógicamente era algo difícil de conseguir. Sin embargo, lo intentaban, o hacían como que lo intentaban, y eso ya es algo a tener en cuenta. Así que entró.
El pub estaba sumido en la penumbra, dándole un carácter íntimo, pero con la suficiente luz como para poder mirar a la gente sin que ésta se sintiese observada. Los sofás invadían la mayor parte del espacio, confiriéndole un aspecto acogedor y confortable que las personas agradecían, como se podía deducir de las pocas plazas disponibles.
La música, alta, pero sin impedir la conversación entre los habitantes del local. En ese momento sonaban The Killers, Somebody told me, y terminó de convencerse. Se encaminó hacía la transitada barra, en la que todavía quedaban algunos huecos.
Había divisado un taburete libre y lo ocupó. Llamó al camarero, y pidió un gintonic. Con una rodajita de limón, por favor. Echó una ojeada a su alrededor, pero no vio nada que le llamase la atención, así que se concentró en la música, su copa y en la entrada del local. Transcurrieron dos gintonics más y empezaba a estar un poco afectado por los efectos del alcohol. Tal vez fuera hora de cambiar de aires, y dirigirse a otro lugar, pero en ese momento se abrió la puerta.
Entró un grupo de chicas, y tal vez alguna de ellas podía resultar interesante. Si finalmente no era así, por lo menos tendría un lugar donde mirar. Decidió darse una tregua, pensando en abordarlas, y pidió una cerveza, para mantener las formas.
Las chicas se dirigían hacia él, y al pasar por su lado las miradas se cruzaron. Pasaron de largo, y se sentaron en un sofá a unos cinco metros de su ubicación. Se quedó mirándolas, pero con discreción. Eran cuatro, y aunque ninguna estaba mal, había una que le había llamado poderosamente la atención. Vestía una minifalda vaquera debajo de la cual asomaban unas medias a rayas de colores vivos, y que terminaban en unos zapatos rosas de medio tacón. En la parte de arriba, una camiseta de color violeta, que sugería unos pechos generosos, y cruzándose sobre ellos, un bolso rosa con un dibujo que no conseguía distinguir. Una abundante cabellera rubia caía sobre sus hombros.
Ella levantó la cabeza para llamar al camarero, y los ojos de ella se posaron por unos instantes en los de él. Intentó atraparla con la mirada, pero cuando el camarero le hizo caso, pareció olvidarse.
Sin embargo, advirtió que de vez en cuando lo miraba de reojo. Podía notar los ojos de la chica en su espalda. Se concentró por un instante en tomar tragos de su cerveza, y quiso darle un descanso a sus ojos. No quería parecer un simple desesperado, no lo era.
Se terminó la copa, y ella parecía muy ocupada con sus amigas. Tal vez no era el momento, así que volvió a girarse hacia la barra, buscando con la mirada al camarero para pedirle la nota. Cambiaría esa barra por otra.
Se disponía a levantarse, pero al darse la vuelta se encontró unos ojos color miel y de gran expresividad que parecían sonreír, insertados en un óvalo perfecto, enmarcado por unos tirabuzones rubios. Se quedó sin habla por un momento, pero ella le sacó de la tesitura al abrir unos labios rojos, sensuales.


Hoy, para variar el repertorio, en vez de canción voy a poner un breve fragmento de una película con la que me reí mucho. Espero que os guste, la recomiendo encarecidamente.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Dudando entre. Capítulo2

En la víspera, la noche no se presentaba de buenas maneras. Había pasado la tarde paseando por el centro. Era uno de sus pasatiempos favoritos. Otro de sus pasatiempos era coger el coche, llenar el depósito y devorar kilómetros, con la única idea de avanzar hacia delante. Siempre hacia delante. Pero aquella tarde escogió recorrer una distancia poco excesiva. Subió en el coche, arrancó y metió en el equipo de música un cd de rock, su música preferida. Bajó la ventanilla y mientras el aire agitaba el interior del vehículo, recorrió las calles cantando sus canciones preferidas.
No aparcó en el lugar hacía el que se dirigía, dejó el coche un poco apartado, y dedicó parte de su tiempo a pisar las aceras de la ciudad. Estaba atardeciendo, pero no tenía urgencia por llegar a ningún sitio. Avanzaba sin prisa, pero sin pausa, observando los coches, los edificios, la gente, la vida. Se impregnaba de los olores de las personas con las que se cruzaba, de los árboles, los lugares. Siempre era una maravilla poder disfrutar de un paseo mientras el sol se ponía y las primeras luces amarillentas empezaban a encenderse. Los edificios, impasibles al paso del tiempo, se erigían sobre el asfalto, dotando de alma y de historia al centro de la ciudad. Las golondrinas chillaban, recortándose sus siluetas en el cielo, mientras los árboles que iba dejando a su lado se mecían al son del viento veraniego de finales de Mayo.
Entró a algunas tiendas de discos y a alguna librería, y después de adquirir algún volumen, pensó que ya era hora de volver a casa. Había anochecido.
Durante el camino de regreso realizó algunas llamadas, pero sus amigos tenían otros planes para aquella noche, y él no estaba incluido.
Llegó a casa, puso un disco en el reproductor y lo escuchó en la oscuridad, tendido en el sofá. Se presentaba otra noche solitaria, y aunque en muchos ocasiones le gustaba estar solo, en ese momento se sentía solo, y la sensación de soledad es algo que no gusta a nadie. Y además, esa noche no le apetecía quedarse en casa.
Cenó unas sobras de la comida del mediodía, y a continuación se metió en la ducha mientras el reproductor de música hacía su trabajo a todo volumen. Se remojó tarareando las canciones, y cuando salió su ánimo había mejorado. De eso se trataba. De la lucha constante contra la desgana y la apatía.
Unos momentos antes estaba en el sofá, luchando por levantarse, y en esos instantes, aunque sólo, se encaminaba hacía una noche nueva, de esperanzas renovadas y nuevas sensaciones en su eterna búsqueda de estímulos.
Se vistió, se arregló y se miró en el espejo. Le gustó lo que veía, y eso era primordial para sentirse bien consigo mismo. Aunque no fuera Brad Pitt, por ejemplo, tenía unos rasgos agraciados, y era su fortaleza interior la que le daba la energía suficiente para destacarlos de una manera sutil pero innegable. Su rostro, al fin y al cabo, era un reflejo de su alma.
Volvió al salón, se acercó al mueble-bar, y se sirvió el primer gintonic de la noche, bien fresquito. Ya lo tenía planeado. Se tomaría esa primera copa en casa, y a continuación iría paseando hasta el casco antiguo de la ciudad, repleto de todo tipo de garitos. Tendría dónde elegir, y eso estaba bien para empezar.
Pegó los últimos tragos a la copa, apagó el reproductor y se perfumó. Cerró la puerta de casa y se encaminó hacía aquello que la noche podía proponerle. Y cuando una puerta se cierra, otra se abre.

Bueno, hoy escucho a Antonio Vega, el pobrecito está hecho polvo. Una canción cargada de sentimiento, el sitio de mi recreo.


viernes, 14 de noviembre de 2008

Dudando entre. Capítulo1

De repente abrió un ojo. Confundido, se decidió a abrir el otro. Por unos breves instantes, no supo donde se encontraba. Se incorporó en la cama y estudió la habitación en la que se encontraba, sumida en una leve penumbra proporcionada por la luz que se colaba entre las rendijas de la persiana. Las cortinas se agitaban con suavidad, y un ligero aroma salino se colaba por las ventanas abiertas. Si, estaba en casa.
Todavía sentado en la cama, retiró las sábanas con cuidado y se incorporó. Entonces todo se puso a girar como si de un tiovivo se tratase, y una batería empezó a retumbar en el interior de su cabeza.
Comprobó que otra vez se había pasado con los gintonics. Volvió a sentarse y se cogió la cabeza, intentando controlar los golpes, los latidos que amenazaban con atravesarle el cráneo. Cuando reunió fuerzas, se levantó, se acercó a la puerta del balcón y subió la persiana con sigilo. La luz del sol del mediodía entró a raudales en la habitación, inundándolo todo de claridad.
Algo gruñó detrás de él, y se movió en la cama. Se giró, con la memoria desvalida e intentando recordar qué podía ser. La había vuelto a cagar, pero era algo que se le escapaba por completo. No podía evitarlo. Por lo menos esperaba que le gustase lo que iba a ver.
Se aproximó a la cama, a la parte opuesta a donde él había dormido, y se sentó en el borde. Una cabellera larga, rubia y ondulada se esparcía, ocupando toda la cabecera de la cama. Retiró el pelo que le caía por la cara con suavidad, descubriendo el rostro de la desconocida. Descubrió unos rasgos frágiles, pero a la vez con fuerza, y una piel blanca e impoluta los recubría. Una cara de ángel. Acercó su nariz al rostro dormido, y un perfume dulce y fresco lo inundó por dentro. Volvió a aspirar profundamente y, con los ojos cerrados, se abandonó al disfrute que suponía un buen perfume en un buen huésped. A pesar de haberla cagado, no pudo evitar que se le dibujara una sonrisa. Podía estar orgulloso, desde luego.
Giró la vista, y observó la habitación, ahora iluminada. Observó la ropa de ella, que se amontonaba en la silla del escritorio, a los pies de la ventana. Entre la ventana y la cama vio la ropa interior de ella. Unas braguitas de algodón, en las que se dibujaban una rayas de colores. Le encantaban ese tipo de braguitas. Otro punto a su favor.
Volvió a levantarse, y se dirigió a la puerta del balcón, todavía desnudo, con la intención de respirar aire fresco, y a poder ser, de recordar como había llegado a la situación en la que encontraba en esos momentos.
Salió a la luz cegadora, y sus ojos entornados se dirigieron al horizonte, donde el azul del mar se unía al azul del cielo. Nunca se cansaba de admirar ese paisaje al levantarse, fueran las condiciones que fueran. Había tenido la suerte de adquirir ese apartamento a muy buen precio unos años antes, cuando había decidido que ya era hora de dejar de dar vueltas por el mundo. Aunque no era excesivamente grande, la primera línea de playa lo había convencido.
Desde el tercer piso se veía como las olas rompían contra los acantilados que se extendían unos kilómetros a ambos lados de su habitación. El verano había llegado, y daba gusto asomarse en pelotas al balcón, mientras la brisa te acariciaba el cuerpo con su leve susurro y las gaviotas te recordaban que no estabas solo en el mundo.
Apoyado en la barandilla de acero, rodeado del aroma del mar, concentró sus esfuerzos en hacer que sus maltrechas neuronas lograran pasarle algo de información de lo ocurrido la noche anterior.


Hasta aquí puedo escribir, de momento. Y para terminar esta nueva entrada, esta preciosa canción de Quique Gonzalez. Como toda canción que te atrapa, el desamor, o la idea de romanticismo son los protagonistas. La letra no tiene desperdicio. Besos.

lunes, 3 de noviembre de 2008

¿Te acuerdas?


Una poesía libre que escribí hace unos años. Escribí otras, si alguna vez alguien me las pide, las sacaré del cajón. De momento esta pequeña muestra:



te acuerdas cuando el tiempo nos olvidaba
cuando todo alrededor se paraba
como un barco sin rumbo en la tormenta
tus ojos me guiaban
y tus labios de menta
recorrian mi alma con estudiada paciencia

te acuerdas cuando el reloj se paraba
cuando tus dedos navegaban
por mi mar
de color de metal
sin rumbo hacia ningun lugar

te acuerdas cuando el infinito no avanzaba
y tu mirada perdida se extasiaba
perdiendose mas lejos del final..
quien eras cuando tus labios se abrian
sin poder hablar?

los colores se fundian
como nuestros sentidos
y eran tus latidos
los que me mecian
perdiendome mas alla
de ningun lugar

tu ternura y mi tristeza se detienen
las paredes desaparecen
y todo gira a nuestro alrededor
hasta perder el control

quien eras entonces cuando tus labios se abrian
sin poder hablar?
se fundian los latidos y las venas se mezclaban
y fue entonces cuando tu me despertabas...te acuerdas?

Siempre Ferreiro. Eres espectáculo, y tú ni siquiera lo llegas a notar: