miércoles, 21 de octubre de 2009

Mi primer amor

CAPÍTULO2. EL BESO.

Son esos breves momentos en la vida que te hacen sentir la persona más feliz del mundo. Mi diosa, mi amor, me había dado un beso en los labios…¿cómo expresar tanta felicidad? Podría decir que me he ido a la cama con chicas, y no he alcanzado la plenitud que sentí en ese momento, con un simple beso.
Fue increíble, y además este hecho significaba que en el futuro más inmediato iba a tener posibilidades de besarla mas profundamente. Fueron sin duda (o tal vez con duda, nunca se sabe) los días más felices de mi vida.
Que Ella me hubiera besado daba un significado a mi vida, un sentido a mi existencia confusa y turbulenta de adolescente. Todo lo demás quedaba de lado, trasladado a un segundo plano. Teniéndola a Ella todo iba bien, todo era perfecto, y los días posteriores al piquito y que conducirían al ansiado beso fueron impresionantes, prácticamente como estar en el cielo.
En aquellos momentos me habría comprometido con ella para el resto de mi jodida vida sin pestañear siquiera.

Aquel día fue un viernes, y fue el fin de semana siguiente cuando vino mi padre a hacernos su visita de rigor. Entonces nos alojábamos en un hotel, y yo disponía de unas tres horas para salir el sábado, aproximadamente desde las 20 a las 23 horas que debía de estar de vuelta. Creo recordar que hasta aquel día cuando mi padre venía, yo no salía los sábados. Claro, era un niño de 15 años todavía…bonita edad, no?
Puede que sea la mejor, si tienes algo de cerebro dentro del cráneo. Una etapa llena de esperanzas y de expectativas futuras, de esa buena incertidumbre de no saber lo que la vida te depara. Simplemente sabes que será algo positivo, lo contrario ni siquiera se te llega a pasar por la cabeza.
Además, iba a cambiar de instituto, después de toda una vida en un colegio de curas. Iba a conocer a gente nueva, y el futuro era prometedor y lleno de ambiciones por cumplir.
Lo tenía todo, tenía a mi chica perfecta dispuesta a besarme, los estudios me iban bien y tenía a la familia perfecta. O aunque no lo fuera, tenía a la mejor madre del mundo. Todo, todo era perfecto.
Me he desviado de la historia. Ese sábado salí del hotel flotando en una nube. Estaba seguro de que la iba a ver, y estaba seguro de que por fin nos íbamos a dar un beso como Dos mandan. Era una sensación fantástica. Son esas pocas ocasiones en las que deseas que llegue el momento anhelado, pero a la vez no quieres para que nunca pase esa sensación tan especial de que algo tremendamente maravilloso va a sucederte.
Ningún momento es tan mágico como la antesala de un gran acontecimiento.
Habíamos quedado en la plaza de la universidad, y hacía allí me dirigí lleno de expectación y buenas vibraciones. Cuando llegué estaban allí mis amigos, toda la peña rapera, no recuerdo exactamente. Ella no estaba, pero yo sabía que tenía que aparecer.

Entonces, sin previo aviso, apareció, deslumbrante, claro. Sus ojos penetrantes pintados levemente, acentuando la mirada, los labios pintados, pegajosos, brillantes, para besarlos y quedar atrapado en ellos. Unos pantalones ceñidos, embutiendo sus piernas y otras partes de su anatomía femenina, y la parte de arriba, ocultando sus pechos, por aquellos entonces pequeños.
Estábamos todos sentados en fila en un banco de piedra, que rodeaba la plaza, delimitando el espacio interior. Ella vino acompañada, aunque debo decir que no recuerdo de quién, mis ojos sólo eran de Ella.
Empezó saludar a todo el mundo con los dos besos correspondientes. Yo estaba sentado el último, Ella había venido por la zona opuesta a la que me encontraba yo. Estaba esperando anhelante y deseoso mi turno, y después de un sinfín de besos, llegó, precedida de su perfume.
Me dio el primer beso en la mejilla, y el beso que correspondía a la otra mejilla nunca llegó a besarla. Sus labios quedaron a medio camino y se fusionaron por segunda vez en ocho días con los míos. Sólo que esta vez su boca se abrió, y nuestras lenguas húmedas, ansiosas (al menos la mía) por fin se encontraron, entrelazándose. Yo allí, sentado en el respaldo del banco, sin saber muy bien que hacer con las manos, y ella de pie, apoyada con sus manos en mí, mientras éramos uno.

El bicho con la Mari de Chambao, Parque Triana. Tengo en el recuerdo algunas cosas, en el recuerdo, las pocas cosas que me dabas tú...temazo! se me ponen los cabellos de gallina.