lunes, 23 de agosto de 2010

MIEDO

De vez en cuando me invade el miedo, un miedo atroz. Miedo de no ver a nadie con tus ojos, de no encontrar a nadie con tu mirada. De no volver a escuchar nunca tu voz. De la muerte, en sentido literal y figurado.
Miedo al deterioro mental, la pérdida de emociones que conlleva cumplir años. Miedo a que se me escurra el tiempo sin encontrar lo que busco. De no saber ni siquiera qué es lo que busco. De perder la inocencia con la que un día pude observar la vida. Miedo a que un día se vaya por completo, que me la arrebaten como le quitan un caramelo a un niño. Miedo a hacerme mayor. De sentirme tan insignificante como una hormiga en el eterno caos de un universo sumido en una lucha interminable por sostenerse en pie.
Vértigo.
No quiero ser incapaz de no llegar nunca a comprender nada, ni ver por qué la balanza se inclina siempre hacia el lado contrario sin motivo alguno. Miedo de acostumbrarme, acomodarme, de hundirme en la rutina, de cambiar la rutina por la incertidumbre. De los principios y de los finales.
A perder la ilusión con la que veía el futuro, a la gente que se empeña en quitártela. Miedo a pensar lo que deseo, a ver lo que quiero, por si acaso está demasiado lejos de mi alcance. Pero miedo de conseguirlo, por correr el grave riesgo de perderlo. Miedo de darme cuenta de lo mucho que lo necesitaba cuando sin saber cómo, lo pierdo.
Y por supuesto, tengo miedo de tu amor, y trabajo de manera incesante levantando muros a tu alrededor. Tengo miedo de perder la cabeza por ti.
Abro los ojos. Compruebo que la luz del sol entra radiante por la ventana, que los pájaros cantan, que el mar siempre llega a la orilla y que tus ojos me miran desde el otro lado de la cama. Y en ese preciso instante fugaz desaparece cualquier rastro de duda, de miedo. Sí, hoy será un gran día. Y aunque todo ha terminado, de hecho todo está empezando.

Porque sabemos agradecer a pesar de lo vivido. Porque de todo comienza a hacer ya mucho tiempo. Porque quien encontró el amor, no lo buscaba tanto. Porque las cosas cambian.

viernes, 20 de agosto de 2010

GRACIAS

Gracias. Gracias por los buenos momentos, y por supuesto, los malos momentos. Gracias por hacerme sentir tan feliz, tan especial, tan lleno de vida, por cargarme de emociones que una vez pensé desaparecidas y enterradas. Gracias por hacerme sentir tan desgraciado, tan triste, tan desdichado, melancólico, desaparecido, hundido.

Gracias por llenarme el corazón de sentimientos imposibles, de ilusiones y deseos, por abrirme en canal para recibir sensaciones indescriptibles, por hacerme el corazón tan grande que el pecho apenas puede conseguir albergar tanta alegría. Gracias por apuñalarme con saña cuando más feliz era, por cebarte sin compasión, por crear heridas que la distancia cicatrizará.

Gracias, por las noches cálidas entre abrazos tibios, sueños plácidos y besos hasta el amanecer, por las noches en soledad interminables que transcurren entre vueltas eternas sin poder conciliar el sueño, por el insomnio y los sueños rotos.

Gracias por despojarme de mi armadura y mi escudo, y hacerme sentir la brisa en la piel, por aprovechar mi desnudez para herirme. Por todos los días de sol y caminos llenos de luz cegadora que pude recorrer por tí. Gracias por los días nublados y plomizos en que no quise ni pude salir de mi madriguera.

Gracias por todas las victorias que nunca pensé alcanzar, y por las derrotas insufribles, amargas como el ajenjo. Gracias por todos los regalos que me diste y que no creí merecer, gracias por arrebatármelos con tanta frialdad. Gracias por el dulce despertar de todos los sentidos que pensé muertos, y gracias por matarlos. Gracias por todos los días que me haces sentir vivo, por los extremos, porque el equilibrio jamás será alcanzado. Por los momentos dulces que me has dado y los que vienen de camino.

Gracias por todo. Gracias vida.

Una de esas canciones que consiguen trasladarte sin esfuerzo al momento del que hablan. ¿Todavía tienes frío? Bueno, cierra los ojos un minuto que te llevo a un lugar.

SIEMPRE CORRER

A veces hay cosas en la vida que cuestan mucho. Joder, cuestan una puta barbaridad. Cuestan tanto, que a veces desearías no existir. Sin embargo, y aunque parezca mentira, los callos terminan saliendo, y empiezas a acostumbrarte a vivir con las durezas. Llega un momento en que no puedes vivir sin ello. Las cicatrices son heridas de las que se aprende siempre. Es un paso inevitable. Termina gustándote. Lo que un día era sufrimiento se convierte en algo vital para continuar, y los parches, tiritas y demás remedios se convierten en una rutina diaria beneficiosa sin la que no podríamos vivir.

No podía con mi alma cuando empecé a correr. Me faltaba otra nariz, y el aire nunca llegaba a los pulmones. Me ahogaba, y nunca llegaba donde quería. Pero seguí corriendo, siempre hacia delante. Con lucha y constancia sabía que podía llegar, y poco a poco fui llegando más y más lejos. Recorrí más trecho, y empecé a ver cosas que nunca habría visto de no haber sido por el esfuerzo que tanto me costó realizar. A veces aprieto el paso, me gusta que mis pies vayan tan, tan rápido, que ni siquiera hay tiempo para que mis ojos piensen lo que ven. A veces, hay que tener iniciativa y echar a correr cuando la situación lo requiere, lamentablemente la vida no nos esperará siempre. A veces, el tiempo es cruel, nos juega malas pasadas, y nosotros tenemos que ser más rápidos cada vez. Tal vez haya que huir, o tal vez haya algo al final del camino que valga la pena.

Ahora me gusta correr. Donde vaya, me llevo mis zapatillas, y echo a correr, por lo general sin ningún objetivo. Donde mis pies me quieran llevar. Ellos saben sorprenderme. Me ayudan, me agotan, incluso hay veces que no me dejan pensar más de la cuenta. Ahora me gusta correr. Ahora puedo respirar, y mis pies se han endurecido.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Mi primer amor

CAPÍTULO5. FIN

Aquel mes de septiembre de 1996 estuvimos dos semanas saliendo hasta que me volvió a dejar, sumiéndome de nuevo en mis densas tinieblas particulares.
Fue el sábado 28 de septiembre cuando nos volvimos a enrollar. No recuerdo como fueron aquellos besos, pero si recuerdo el día siguiente. Por la tarde, estábamos en Santa Marta, cuando llegó Ella y preguntó quién la acompañaba a misa. Era un poco rociera ella. Evidentemente, todos pasaron de Ella, menos uno.
Efectivamente, gilipollas de mí, que habría ido hasta el fin del mundo con ella y por ella.
Así que fuimos a misa, a esa iglesia que hay al lado del García Alix, donde tantas tardes nos reunimos el año anterior. Jamás volví a pisar ese edificio.
Después de darnos la paz, nos sentamos en un banco de la calle peatonal, esa calle cuyas paredes habíamos pintado.
Y aquella tarde de casi octubre del año 1996, estuvimos besándonos hasta que el sol se puso y el atardecer dio paso a la noche.
El sábado de dos semanas después me dijo que tenía que hablar conmigo, y por aquellos entonces, yo ya había deducido que esa recurrida frase no depara nada bueno.
Fue en el mismo banco donde nos besamos por primera vez, pero en otra zona de la plaza. Me besó, nos abrazamos, y todavía le pregunté si ese iba a ser nuestro último beso. Me dijo que esperaba que no, y así fue, aunque pasaron muchos meses. Y ese fue el hasta luego.
Desde entonces ha llovido mucho (o eso es lo que se dice), y han pasado muchas cosas en nuestras vidas, y también entre nosotros. Nos hemos besado muchas veces, aunque para mí no habrá nada como aquellos primeros besos.
También nos hemos acostado varias veces juntos, y aunque alguna vez estuvimos a punto de hacerlo, nunca hemos hecho el amor.
Durante muchos años fue la chica que mas deseé, y en muchos de mis momentos íntimos la recordaba. Pero nada es eterno, y como todo en la vida, se acaba.
Donde antes había por mi parte un gran fuego de pasión, se ha ido extinguiendo hasta quedar unas pequeñas brasas. Ni ella ni yo somos las personas que fuimos. Y aunque la sigo queriendo y siempre la querré, nunca será lo que fue.
Intentar recuperar aquello sería como romper la magia que un día hubo. Y eso nos deja con la única opción posible. El recuerdo, una maleta cerrada y muchos viajes por hacer.

Facto delafé y las flores azules, La Juani. Una canción optimista, con fuerza y con ganas de mirar hacía el futuro sin miedo. El relato de la lucha constante por alcanzar tus sueños y no rendirte en el intento. Me encantó la historia.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Mi primer amor

CAPÍTULO4. MALA RACHA.

En ese momento no me mostré enfadado. Más bien le dije a mi amigo que no pasaba nada. Ella sólo era una tía, no? Y todos sabíamos como era Ella.
Sólo que no, no era sólo una tía. A quién quería engañar, era mi amor. Pero yo nunca he sido impulsivo, y siempre le doy demasiadas vueltas a las cosas, tantas vueltas que al final acabo mareándome, hasta tal punto que decido no hacer nada porque no hay nada que me satisfaga por completo. Así que nos separamos en la esquina de mi calle como si nada, y recorrí el trecho hasta mi casa con lágrimas en los ojos, pensando, como siempre que me ocurre algo que considero injusto, ¿por qué a mi?
Ahora no lo recuerdo, pero supongo que desperdicié excesivas lágrimas.
Pasé una larga temporada deprimido y callado. Más de lo normal, y no puede decirse que yo fuera hablador. Tan callado, que cierta vez, mi tutora de aquel curso me citó después de una clase para interesarse por mí y preguntarme qué me pasaba.
A mi amigo no le dirigí la palabra hasta meses más tarde, cuando me llamó por teléfono a casa para decirme que si quería yo que cortara con Ella. En efecto, el muy cabrón me había dicho que no iba a pasar nada entre ellos, pero empezaron a salir.
Yo no podía verlos juntos, era algo que me superaba. Era yo el que tenía que estar con Ella, no él, uno de mis mejores amigos y que me había quitado lo que más quería, además la misma noche en que yo había tocado el cielo.
Pero no olvidemos que Ella tenía la misma culpa que él. Ella era una jodida zorra egoísta que solo tenía ojos para si misma, y no veía más allá de su propio ombligo. Los demás no le importaban una mierda, total, ¿a ella qué más le daba?
Evidentemente, le dije a mi “colega” que yo no era nadie para interponerme entre ellos, así que siguieron juntos. Aunque yo sabía que el verano de ese año 96 no lo terminarían igual, como se comprobaría en su momento.
Yo, a pesar de todo, esperaba con ansias ese momento. Fíjate si soy imbécil. Esperaba que acabase el verano para volver a recobrar las viejas esperanzas de volver con ella. Lamentable. Con lo orgulloso que he llegado a ser, puedo ver mirando hacía atrás como me dejé pisar por una niñata sin escrúpulos.
Porque claro, cuando llegó septiembre, y lo dejó con el melenas, volvió a besarme, y yo me comí mi orgullo, aderezado con un poquito de sal, y dejé que me manipulara cual marioneta sin hilos. Porque a pesar de todo, y sin saber por qué, la tenía metida hasta en el rincón más oscuro de mi ingenuo corazón.
No muchos días después de aquel maravilloso y nefasto 9 de marzo me enteré de que se había liado con un tercer tío, y aquello me daba constantemente quebraderos de cabeza, y me incitaba a plantearme continuos interrogantes. ¿era mi amigo mi amigo? ¿de quién me había enamorado yo? ¿qué era yo para Ella? ¿por qué me había besado? ¿cómo pudo Ella hacerme algo así?
Qué triste era hacerse esas preguntas, cuando yo había pensado que era alguien especial para Ella, y en menos de 24 horas me había confirmado que yo no era nadie especial, sino simplemente uno más.
Lo cual no hubiera sido grave, si no hubiese sido porque para mi Ella no lo era.


Bueno, pues ya sólo me queda el desenlace. De momento me quedo con Vetusta Morla, y la canción que cierra el disco, preciosa, Al respirar. Y respirar tan fuerte que se rompa el aire, aunque esta vez quizá será mejor marcharse...

viernes, 27 de noviembre de 2009

Mi primer amor

CAPÍTULO3. LA DECEPCIÓN

Poco después nos fuimos de allí para terminar en el escalón que daba acceso a nuestra librería particular, donde nos sentábamos todas las noches apoyados en la persiana.
Nos besamos cinco o seis veces más, por decir algo, pero sin saber como, llegaron las 23 horas, y Ceniciento debía marchar al hotel.
Así que nos despedimos besándonos una vez más.
Al igual que vine en una nube del hotel, me fui flotando, casi sin tocar el suelo. Claro que, ella se quedaba allí con toda la noche por delante, con todos los buitres revoloteando alrededor, y yo no las tenía todas conmigo. Tenía miedo.
Pero bueno, ¿qué más daba? Me había enrollado con ella, y por supuesto, en breve podría volver a saborearla…o al menos eso pensaba yo.
Aunque lamentablemente enseguida iba a descubrir que ese pensamiento era equivocado. Mis peores sospechas se iban a cumplir.
Aquella noche me dormí pensando en ella y escuchando por los walkman una cinta de U2, Zooropa.
El día siguiente, 10 de Marzo de 1996, fui por la tarde a Santa Marta, nuestro nuevo santuario donde íbamos a rendir culto al tiempo libre. Volví a casa acompañado de mi buen amigo el melenas (¿os acordáis de él?), que hasta aquel momento había sido de mis mejores amigos, compañeros de toda la vida del colegio.
Muchos meses después se arreglaron las cosas entre nosotros, aunque nunca sería ya lo mismo. Actualmente la relación es nula, aunque también es producto de la distancia. Sin embargo, cuando la casualidad o el destino cruza nuestros caminos, hablamos como viejos conocidos que somos.
Aquella tarde, al volver a casa, me dijo que “tengo que hablar contigo”, y yo me temí lo peor. Ese día quedé marcado, y hasta mucho tiempo después no llegué a confiar plenamente en nadie. Tal vez tampoco lo haga hoy en día. Y tal vez sea por ese motivo o bien porque mi naturaleza está predispuesta a la desconfianza.
En fin. Me dijo que el sábado se había enrollado con Ella, pero que sabía que a mi me gustaba, y que no iba a ocurrir nada entre ellos. Lo cual poco importaba, porque el mal ya estaba hecho. ¿qué más daba ya? Les podían dar mucho por culo a los dos, aunque no fuera a pasar nada más entre ellos.
Del cielo al infierno en menos de 24 horas. Todo estaba acabado.

Hasta aquí de momento. Una pequeña joya de Los Piratas, escondida en su disco Sesiones Perdidas. Si tú...

miércoles, 21 de octubre de 2009

Mi primer amor

CAPÍTULO2. EL BESO.

Son esos breves momentos en la vida que te hacen sentir la persona más feliz del mundo. Mi diosa, mi amor, me había dado un beso en los labios…¿cómo expresar tanta felicidad? Podría decir que me he ido a la cama con chicas, y no he alcanzado la plenitud que sentí en ese momento, con un simple beso.
Fue increíble, y además este hecho significaba que en el futuro más inmediato iba a tener posibilidades de besarla mas profundamente. Fueron sin duda (o tal vez con duda, nunca se sabe) los días más felices de mi vida.
Que Ella me hubiera besado daba un significado a mi vida, un sentido a mi existencia confusa y turbulenta de adolescente. Todo lo demás quedaba de lado, trasladado a un segundo plano. Teniéndola a Ella todo iba bien, todo era perfecto, y los días posteriores al piquito y que conducirían al ansiado beso fueron impresionantes, prácticamente como estar en el cielo.
En aquellos momentos me habría comprometido con ella para el resto de mi jodida vida sin pestañear siquiera.

Aquel día fue un viernes, y fue el fin de semana siguiente cuando vino mi padre a hacernos su visita de rigor. Entonces nos alojábamos en un hotel, y yo disponía de unas tres horas para salir el sábado, aproximadamente desde las 20 a las 23 horas que debía de estar de vuelta. Creo recordar que hasta aquel día cuando mi padre venía, yo no salía los sábados. Claro, era un niño de 15 años todavía…bonita edad, no?
Puede que sea la mejor, si tienes algo de cerebro dentro del cráneo. Una etapa llena de esperanzas y de expectativas futuras, de esa buena incertidumbre de no saber lo que la vida te depara. Simplemente sabes que será algo positivo, lo contrario ni siquiera se te llega a pasar por la cabeza.
Además, iba a cambiar de instituto, después de toda una vida en un colegio de curas. Iba a conocer a gente nueva, y el futuro era prometedor y lleno de ambiciones por cumplir.
Lo tenía todo, tenía a mi chica perfecta dispuesta a besarme, los estudios me iban bien y tenía a la familia perfecta. O aunque no lo fuera, tenía a la mejor madre del mundo. Todo, todo era perfecto.
Me he desviado de la historia. Ese sábado salí del hotel flotando en una nube. Estaba seguro de que la iba a ver, y estaba seguro de que por fin nos íbamos a dar un beso como Dos mandan. Era una sensación fantástica. Son esas pocas ocasiones en las que deseas que llegue el momento anhelado, pero a la vez no quieres para que nunca pase esa sensación tan especial de que algo tremendamente maravilloso va a sucederte.
Ningún momento es tan mágico como la antesala de un gran acontecimiento.
Habíamos quedado en la plaza de la universidad, y hacía allí me dirigí lleno de expectación y buenas vibraciones. Cuando llegué estaban allí mis amigos, toda la peña rapera, no recuerdo exactamente. Ella no estaba, pero yo sabía que tenía que aparecer.

Entonces, sin previo aviso, apareció, deslumbrante, claro. Sus ojos penetrantes pintados levemente, acentuando la mirada, los labios pintados, pegajosos, brillantes, para besarlos y quedar atrapado en ellos. Unos pantalones ceñidos, embutiendo sus piernas y otras partes de su anatomía femenina, y la parte de arriba, ocultando sus pechos, por aquellos entonces pequeños.
Estábamos todos sentados en fila en un banco de piedra, que rodeaba la plaza, delimitando el espacio interior. Ella vino acompañada, aunque debo decir que no recuerdo de quién, mis ojos sólo eran de Ella.
Empezó saludar a todo el mundo con los dos besos correspondientes. Yo estaba sentado el último, Ella había venido por la zona opuesta a la que me encontraba yo. Estaba esperando anhelante y deseoso mi turno, y después de un sinfín de besos, llegó, precedida de su perfume.
Me dio el primer beso en la mejilla, y el beso que correspondía a la otra mejilla nunca llegó a besarla. Sus labios quedaron a medio camino y se fusionaron por segunda vez en ocho días con los míos. Sólo que esta vez su boca se abrió, y nuestras lenguas húmedas, ansiosas (al menos la mía) por fin se encontraron, entrelazándose. Yo allí, sentado en el respaldo del banco, sin saber muy bien que hacer con las manos, y ella de pie, apoyada con sus manos en mí, mientras éramos uno.

El bicho con la Mari de Chambao, Parque Triana. Tengo en el recuerdo algunas cosas, en el recuerdo, las pocas cosas que me dabas tú...temazo! se me ponen los cabellos de gallina.