lunes, 2 de febrero de 2009

RECUERDOS

A veces los recuerdos se convierten en cenizas. Y sólo esperan que venga una ligera brisa que los arrastre.
Otras veces se guardan en grandes baúles, arcones de otro tiempo, y los colocamos en el rincón más oscuro de la habitación más alejada, esperando que alguien traiga la llave que los abra, o por el contrario, esperando a que alguien se los lleve, y nunca más sepamos de ellos.
Porque a veces los recuerdos no dependen únicamente de nosotros, y es la persona que está a nuestro lado la culpable de que los momentos se conviertan en algo merecedor de ser recordado. Pero al igual que te conceden la oportunidad de tener un buen recuerdo, están en su derecho de quitártelo. Estás en tu derecho de quitárselo. Porque a veces los recuerdos son a medias. Y sólo queda estar agradecido, porque lo contrario no tendría sentido.
Un recuerdo es un momento, es un olor, es un lugar, una luz, una canción, una cama, una película, un beso. A veces no sabes que estás viviendo un recuerdo, y es más tarde cuando te das cuenta de que aquel momento fue especial. Otras veces crees que tienes que recordar un determinado momento, y sin embargo aparece la brisa que se lo lleva sin tú darte cuenta. Los recuerdos no entienden de raciocinio. Existen, sin más, y nosotros no tenemos ningún poder sobre ellos, son caprichosos y selectivos.
A mí muchas veces me gusta encerrarme con mis recuerdos, y me regodeo en ellos, porque aunque sabes que no volverán nunca, fueron momentos dignos. Y aunque sepamos del no retorno de los recuerdos, y eso nos entristezca, puedo llegar a entender que la melancolía es una felicidad triste.
Hace poco entraron a una de mis habitaciones, y abrieron uno de los baúles. Se llevaron lo que había dentro, y aunque eso no hace que me sienta contento, sé que era inevitable, porque como ya he dicho, a veces no está en nuestras manos.
Puede que algún día regresen aquellos que se fueron, y se presenten en mis sueños. Aunque claro, luego, cuando abramos los ojos, quizá ya no nos acordemos.

Una versión de Jose Alfredo Jiménez, considerado el padre de la ranchera mejicana. En este caso Enrique Bunbury interpreta El jinete, una versión a la altura de la original.

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