viernes, 23 de enero de 2009

La vida te lleva por caminos extraños3

Metió los brazos por la ranura para abrir hueco, y a continuación metió la cabeza. Impulsándose con los pies se introdujo por completo en la abertura. Empezó a avanzar con lentitud y esfuerzo. Deslizarse no era una tarea complicada, debido a la viscosidad del medio, pero si trabajoso, ya que los puntos de agarre no se caracterizaban por su abundancia.
Avanzó y siguió avanzando eternamente, hasta que llegó a un punto de inflexión. Vio al final del túnel un microscópico puntito de luz. Tal era el asombro que le produjo, que no pudo relacionar este acontecimiento con nada racional. No supo que podía tratarse de una salida, sin embargo, se sentía irremediablemente atraído por la luz. Las pupilas, que habían ocupado la totalidad del iris se redujeron de una manera mínima, pero perceptible.
La prisa hizo acto de presencia, y le entraron unas ganas indescriptibles de alcanzar el punto luminoso. Se deslizó con una urgencia suprema, anhelando aquello tan diferente que estaba observando. Tal vez la luz fuera un ente maligno, una argucia sabiamente urdida por sus demonios para conseguir atraparlo de nuevo. Pero tenía la inevitable sensación de atracción que todos tenemos por lo desconocido.
Por fin llegó, a lo que él supuso el final del camino. Los finales son buenos o malos, y él quería averiguarlo a toda costa. Se detuvo por un momento, observando la tenue franja lumínica que había aparecido ante sus ojos, y su corazón se estremeció pensando en qué podía esperarle al otro lado.
Introdujo los dedos para poder observar qué había en el exterior antes de exponer su cabeza. No sabía muy bien por qué, pero prefería poner en riesgo sus dedos antes que su cabeza. Nosotros podemos hacernos una idea.
Expandió la salida, y palpó con los extremos de los dedos los bordes de la misma. Estaba caliente, y húmedo. Pequeños brotes surgían a modo de cabellos en la superficie.

Una luz incierta llenó por completo sus ojos. Era una luz oscura y lúgubre, pero a él se le antojó sumamente deslumbrante. Comprobó la ausencia de peligro, y decidió salir de lo que había sido su prisión durante mucho tiempo. O no tanto. Maldito dilema.
La abertura lo expulsó cual esfínter de mono, y mejor no haremos la comparación de nuestro personaje. Cayó sobre una superficie horizontal, blanda y aterciopelada, de color azul. El viento hizo acto de presencia, agitando sus cabellos y silbando en sus oídos. Miles de hojas azules bailaban y revoloteaban sobre su cabeza y alrededor de su figura. Sintió una extraña sensación. Frío. Se abrazó a sí mismo. Frente a sus ojos, y hasta donde abarcaba su mirada, se extendía una llanura inmensa cubierta de un manto azul, del que surgían de vez en cuando árboles diseminados por aquí y por allá, como cabellos en una cabeza alopécica. A sus espaldas, comprobó consternado, que la abertura había desaparecido, y el paramento vertical donde había estado situada se extendía hacia arriba y hacia ambos lados indefinidamente. Hacia arriba, hasta fundirse con el cielo oscuro, en el que miles de estrellas brillaban, proporcionando el tenue fulgor que tanto había conseguido maravillar a nuestro personaje. Hacia los lados, hasta fundirse con la línea del horizonte. No había lugar donde resguardarse.

Entonces, vio como una línea de luz se creaba en la bóveda del cielo. No se dio cuenta de que iba hacía él hasta que prácticamente la tuvo encima. Un objeto incandescente cayó a unos dos metros de dónde se hallaba, quemando la alfombra azul que lo rodeaba.
Se acercó al objeto, y lo cogió. Incomprensiblemente, ya no quemaba, pero conservaba un brillo mágico. Lo observó en la palma de su mano. Tenía cinco puntas, y tú y yo enseguida lo habríamos identificado con una estrella. Una estrella tiene un significado, y aunque el hombre desmemoriado no lo sabía, yo puedo deciros que una estrella es ilusión, esperanza, oportunidades, destino, verdad y luz al final del túnel. Por no hacerlo largo.
Todo eso tenía él en la mano. Y la estrella abrió los ojos, y un rostro apareció en su superficie.

-Hola –dijo la estrella.-He venido desde muy lejos para darte la bienvenida, y espero que el viaje no haya sido en vano. Mi misión es corta, sólo he de mostrarte la puerta, pues serás tú el que la cruce.
-¿Qué puerta? Yo no veo ninguna puerta –replicó el hombre desnudo, levantando la vista de su mano, moviendo la cabeza hacia todos lados.
Sin embargo, algo empezó a formarse ante sí, y sorprendentemente, tenía forma de puerta. Nuestro protagonista se acercó a la puerta que se había materializado, y se asomó detrás de ella. No supo muy bien que pensar, porque tanto como por delante como por detrás, sólo veía suelo azul. La misma alfombra que lo ocupaba todo.
-Tu primera pregunta ya está satisfecha –respondió la estrella. Esta puerta se abrirá en breves momentos. Detrás de ella aparecerá una mujer, y te guiará en los primeros pasos del camino. Más tarde, ese primer camino se convertirá en dos, y los dos en cuatro. Y así ocurrirá de manera exponencial. No tendrás más remedio que elegir, sin embargo, tienes que saber que la opción de elegir es infinitamente superior que aquello que te viene impuesto. Sólo podrás recorrer uno, y después otro. Habrá muchos caminos buenos, y muchos malos. Pero solamente podrás elegir uno, así que elige bien. Te cruzarás con gente que en un momento dado optará por tu mismo camino, pero luego tendrás que volver a elegir. –la estrella se tomó una pequeña pausa, y prosiguió: Todo depende de ello. Recuérdalo siempre. Esta primera puerta sólo se abre una vez, espero que sepas recorrer, y apreciar tu camino.
Al lado derecho de la puerta se había materializado una estaca, clavada en el terreno, y en la parte superior, había un tablero a modo de rótulo, en el que se podía leer la palabra VIDA.
Entonces la puerta se abrió, y apareció una mujer que, incomprensiblemente, se parecía a la madre del hombre desnudo. Tenía una mano extendida hacía él, como si lo reclamase. Detrás de ella, existía la luz cálida y clara de un hogar. Nuestro protagonista, no entendía como podía ser que hubiese aparecido detrás del marco de la puerta esa escena, cuando él había comprobado que detrás sólo existía lo mismo que delante de ella.
Sin embargo, lo que veía era real. Miró la estrella, que había perdido su brillo y su rostro, y la apretó con fuerza. La estrella iría con él.
Volvió a mirar a la puerta, y se encaminó con decisión hacía la mano extendida.
Un nuevo camino se abría ante él, y esta vez se antojaba lleno de luz.


Un clásico de Quique González, De haberlo sabido, acompañado por Rebeca Jiménez. Una canción cargada de emotividad. Peor que el olvido fue frenar las ganas de verte otra vez.

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