lunes, 17 de noviembre de 2008

Dudando entre. Capítulo2

En la víspera, la noche no se presentaba de buenas maneras. Había pasado la tarde paseando por el centro. Era uno de sus pasatiempos favoritos. Otro de sus pasatiempos era coger el coche, llenar el depósito y devorar kilómetros, con la única idea de avanzar hacia delante. Siempre hacia delante. Pero aquella tarde escogió recorrer una distancia poco excesiva. Subió en el coche, arrancó y metió en el equipo de música un cd de rock, su música preferida. Bajó la ventanilla y mientras el aire agitaba el interior del vehículo, recorrió las calles cantando sus canciones preferidas.
No aparcó en el lugar hacía el que se dirigía, dejó el coche un poco apartado, y dedicó parte de su tiempo a pisar las aceras de la ciudad. Estaba atardeciendo, pero no tenía urgencia por llegar a ningún sitio. Avanzaba sin prisa, pero sin pausa, observando los coches, los edificios, la gente, la vida. Se impregnaba de los olores de las personas con las que se cruzaba, de los árboles, los lugares. Siempre era una maravilla poder disfrutar de un paseo mientras el sol se ponía y las primeras luces amarillentas empezaban a encenderse. Los edificios, impasibles al paso del tiempo, se erigían sobre el asfalto, dotando de alma y de historia al centro de la ciudad. Las golondrinas chillaban, recortándose sus siluetas en el cielo, mientras los árboles que iba dejando a su lado se mecían al son del viento veraniego de finales de Mayo.
Entró a algunas tiendas de discos y a alguna librería, y después de adquirir algún volumen, pensó que ya era hora de volver a casa. Había anochecido.
Durante el camino de regreso realizó algunas llamadas, pero sus amigos tenían otros planes para aquella noche, y él no estaba incluido.
Llegó a casa, puso un disco en el reproductor y lo escuchó en la oscuridad, tendido en el sofá. Se presentaba otra noche solitaria, y aunque en muchos ocasiones le gustaba estar solo, en ese momento se sentía solo, y la sensación de soledad es algo que no gusta a nadie. Y además, esa noche no le apetecía quedarse en casa.
Cenó unas sobras de la comida del mediodía, y a continuación se metió en la ducha mientras el reproductor de música hacía su trabajo a todo volumen. Se remojó tarareando las canciones, y cuando salió su ánimo había mejorado. De eso se trataba. De la lucha constante contra la desgana y la apatía.
Unos momentos antes estaba en el sofá, luchando por levantarse, y en esos instantes, aunque sólo, se encaminaba hacía una noche nueva, de esperanzas renovadas y nuevas sensaciones en su eterna búsqueda de estímulos.
Se vistió, se arregló y se miró en el espejo. Le gustó lo que veía, y eso era primordial para sentirse bien consigo mismo. Aunque no fuera Brad Pitt, por ejemplo, tenía unos rasgos agraciados, y era su fortaleza interior la que le daba la energía suficiente para destacarlos de una manera sutil pero innegable. Su rostro, al fin y al cabo, era un reflejo de su alma.
Volvió al salón, se acercó al mueble-bar, y se sirvió el primer gintonic de la noche, bien fresquito. Ya lo tenía planeado. Se tomaría esa primera copa en casa, y a continuación iría paseando hasta el casco antiguo de la ciudad, repleto de todo tipo de garitos. Tendría dónde elegir, y eso estaba bien para empezar.
Pegó los últimos tragos a la copa, apagó el reproductor y se perfumó. Cerró la puerta de casa y se encaminó hacía aquello que la noche podía proponerle. Y cuando una puerta se cierra, otra se abre.

Bueno, hoy escucho a Antonio Vega, el pobrecito está hecho polvo. Una canción cargada de sentimiento, el sitio de mi recreo.


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