viernes, 14 de noviembre de 2008

Dudando entre. Capítulo1

De repente abrió un ojo. Confundido, se decidió a abrir el otro. Por unos breves instantes, no supo donde se encontraba. Se incorporó en la cama y estudió la habitación en la que se encontraba, sumida en una leve penumbra proporcionada por la luz que se colaba entre las rendijas de la persiana. Las cortinas se agitaban con suavidad, y un ligero aroma salino se colaba por las ventanas abiertas. Si, estaba en casa.
Todavía sentado en la cama, retiró las sábanas con cuidado y se incorporó. Entonces todo se puso a girar como si de un tiovivo se tratase, y una batería empezó a retumbar en el interior de su cabeza.
Comprobó que otra vez se había pasado con los gintonics. Volvió a sentarse y se cogió la cabeza, intentando controlar los golpes, los latidos que amenazaban con atravesarle el cráneo. Cuando reunió fuerzas, se levantó, se acercó a la puerta del balcón y subió la persiana con sigilo. La luz del sol del mediodía entró a raudales en la habitación, inundándolo todo de claridad.
Algo gruñó detrás de él, y se movió en la cama. Se giró, con la memoria desvalida e intentando recordar qué podía ser. La había vuelto a cagar, pero era algo que se le escapaba por completo. No podía evitarlo. Por lo menos esperaba que le gustase lo que iba a ver.
Se aproximó a la cama, a la parte opuesta a donde él había dormido, y se sentó en el borde. Una cabellera larga, rubia y ondulada se esparcía, ocupando toda la cabecera de la cama. Retiró el pelo que le caía por la cara con suavidad, descubriendo el rostro de la desconocida. Descubrió unos rasgos frágiles, pero a la vez con fuerza, y una piel blanca e impoluta los recubría. Una cara de ángel. Acercó su nariz al rostro dormido, y un perfume dulce y fresco lo inundó por dentro. Volvió a aspirar profundamente y, con los ojos cerrados, se abandonó al disfrute que suponía un buen perfume en un buen huésped. A pesar de haberla cagado, no pudo evitar que se le dibujara una sonrisa. Podía estar orgulloso, desde luego.
Giró la vista, y observó la habitación, ahora iluminada. Observó la ropa de ella, que se amontonaba en la silla del escritorio, a los pies de la ventana. Entre la ventana y la cama vio la ropa interior de ella. Unas braguitas de algodón, en las que se dibujaban una rayas de colores. Le encantaban ese tipo de braguitas. Otro punto a su favor.
Volvió a levantarse, y se dirigió a la puerta del balcón, todavía desnudo, con la intención de respirar aire fresco, y a poder ser, de recordar como había llegado a la situación en la que encontraba en esos momentos.
Salió a la luz cegadora, y sus ojos entornados se dirigieron al horizonte, donde el azul del mar se unía al azul del cielo. Nunca se cansaba de admirar ese paisaje al levantarse, fueran las condiciones que fueran. Había tenido la suerte de adquirir ese apartamento a muy buen precio unos años antes, cuando había decidido que ya era hora de dejar de dar vueltas por el mundo. Aunque no era excesivamente grande, la primera línea de playa lo había convencido.
Desde el tercer piso se veía como las olas rompían contra los acantilados que se extendían unos kilómetros a ambos lados de su habitación. El verano había llegado, y daba gusto asomarse en pelotas al balcón, mientras la brisa te acariciaba el cuerpo con su leve susurro y las gaviotas te recordaban que no estabas solo en el mundo.
Apoyado en la barandilla de acero, rodeado del aroma del mar, concentró sus esfuerzos en hacer que sus maltrechas neuronas lograran pasarle algo de información de lo ocurrido la noche anterior.


Hasta aquí puedo escribir, de momento. Y para terminar esta nueva entrada, esta preciosa canción de Quique Gonzalez. Como toda canción que te atrapa, el desamor, o la idea de romanticismo son los protagonistas. La letra no tiene desperdicio. Besos.

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